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La falta de recursos económicos lastra la reconstrucción de Juchitán, una de las localidades más afectadas por el terremoto del 7 de septiembre del año pasado


Las moscas revolotean sobre restos de basura en el lugar en el que justo un año atrás un hombre alzaba la bandera de México en medio de los escombros del Ayuntamiento de Juchitán de Zaragoza (Oaxaca, sur). La imagen recorrió el país en las páginas de los periódicos y en las pantallas de celulares, ordenadores y televisiones. Simbolizó, entonces, la capacidad de resistencia de un pueblo terriblemente abatido por el terremoto del 7 de septiembre de 2017 —de magnitud 8,2, uno de los más fuertes registrados en Méxicoque dejó tras de sí casi un centenar de fallecidos en la región del Istmo de Tehuantepec. Hoy, aquel punto es un solar que linda con lo que queda del palacio municipal, un edificio impracticable por los daños.

Pocas, muy pocas cosas han cambiado tras la tragedia. Las calles de Juchitán, la zona cero de la destrucción, son una sucesión de viviendas agrietadas y torcidas, escombros, bloques de hormigón, montículos de arena y pequeños habitáculos en construcción. Xihitlán, nombre original de la ciudad en zapoteco que se traduce como “lugar de las flores”, continúa envuelto en polvo. Las ayudas prometidas se han demostrado claramente insuficientes. “No sabemos quién va a quedar acá”, comenta un grupo de vecinos. Muchos de ellos duermen en hamacas al aire libre. “Ya casi no entramos adentro”, apunta una señora mirando al interior de la vivienda.

Frente a las ruinas del Ayuntamiento, el Zócalo hace ahora las veces de improvisado mercado de campaña. Con los materiales más básicos, unas tablas de madera y unas lonas, los comerciantes han instalado allí sus puestos por secciones: pescado, flores, verduras, frutas, ropa y accesorios tienen, cada una, su pasillo. Una cabeza de vaca con la lengua fuera preside una de estas precarias tiendas. Los insectos sobrevuelan la carne. “Vendemos mucho menos. La gente ya no tiene dinero, porque han perdido sus comercios. No hemos recibido ningún apoyo”, afirma una comerciante de 53 años, que prefiere no revelar su identidad: “Hablo en el nombre de todos nosotros”. Les han asegurado que la reconstrucción del mercado municipal estará lista para finales de noviembre, pero tras un año eterno de espera el escepticismo es la nota predominante.

Tarea en las escuelas

Tan solo un edificio público, la céntrica Escuela de Juchitán, ha sido reconstruido por el momento. Y más por una cuestión de oportunismo político que por afán de reparación. Así lo interpreta, al menos, el secretario municipal Óscar Cruz (Morena), que señala directamente al exsecretario (ministro) federal de Educación y hombre fuerte del presidente Peña Nieto, Aurelio Nuño. “Él dijo: ‘Vamos a reconstruirla’ y puso al Ejército manos a la obra”. Tan solo este centro escolar ha vuelto a la normalidad de los 73 que resultaron dañados por el terremoto, seis de ellos con afectaciones mayores.

No corrió la misma suerte la Escuela Daniel C. Pineda, que continúa su reconstrucción a un paso demasiado lento. Los casi 800 alumnos que la integran estudian desde marzo -antes estuvieron recibiendo clases en el patio del colegio afectado- en unas aulas temporales en las que el calor y las lluvias dificultan sobremedida el aprendizaje. “Siento que toda la situación está afectando a mis estudios”, lamenta Saray Ixel Rodríguez, de 11 años, quien vive con 16 miembros de su familia en una vivienda. “No podíamos exigir el mismo nivel a los alumnos en una contingencia así”, agrega el maestro y subdirector del centro escolar, Ignacio Santiago López. No obstante, en estas precarias aulas, aprendieron también otro tipo de enseñanzas que, sorprendentemente, nunca antes habían recibido como un taller de búsqueda de zonas seguras, impartido por la ONG Save the Children, muy presente en la zona y que organiza este viaje.

Un censo polémico

El principal problema de Juchitán (unos 78.000 habitantes, según el Consejo Nacional de Población) fue, ha sido y es la falta de recursos económicos. Casi seis de cada 10 juchitecos se encuentran en situación de pobreza, según cifras oficiales, y el seísmo no hizo sino empeorar aún más las cosas. El primer censo, todavía con las réplicas del terremoto activas, contabilizó 7.300 viviendas en situación de “pérdida total” y 7.600 con “daño parcial”. El segundo, ya en marzo y tras el cual aún no se han recibido las ayudas, sumó otras 800 viviendas completamente inhabitables y otras 4.400 con daños parciales.

En el primer caso, a los propietarios les prometieron 120.000 pesos (6.200 dólares) del Fondo de Desastres Naturales (Fonden) y a los segundos, 15.000 (unos 775 dólares) a través de unas tarjetas nominativas. La Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) se encargó de realizar los censos, pero estos han sido puestos en tela de juicio por la comunidad juchiteca. “La gente no va a recibir los recursos que necesita”, critica Cruz, número dos del Ayuntamiento, en su precario despacho provisional, con solo una mesa y unas sillas plegables de plástico. Esto, unido al aumento del precio de la mano de obra y de los materiales en la zona y a los casos de estafa por parte de constructoras, ha provocado que la autoconstrucción sea para muchos la única solución. En prácticamente cada cuadra de la ciudad, se puede ver cómo hacen los vecinos, de forma casera, sus bloques de hormigón.

Zonas totoperas

26 kilómetros al oeste Juchitán, en San Blas Atempa, Argelia Sarabia, de 44 años, perdió en el terremoto su único medio de subsistencia: un horno de leña. Sin embargo y pese a la mala fortuna, esta madre soltera de tres hijos, que aprendió a hacer totopos (crujientes tortas de maíz) a los 12 años después de que su padre abandonara a la familia, tiene motivos para la ilusión. Gracias a dos hornos financiados por la Unión Europea y al apoyo operativo de Save the Children, cuece los totopos con los que obtiene unos ingresos suficientes para salir adelante. Como ella, otras 100 totoperas fueron beneficiarias de esta ayuda y un apoyo económico de 2.950 pesos (153 dólares) al mes. “Nos han enseñado a hacer comunidad, a considerarnos como hermanas. Hemos creado un fondo de contingencia para cuando alguna de nosotras tenga un problema, las demás podamos ayudarla”, explica Sarabia sobre los talleres que también están recibiendo por parte de la ONG de origen europeo. Junto a ella, una decena de asociaciones de beneficencia han sido el motor de la esperanza en la ciudad.

Sin futuro se encuentran por ahora edificios históricos como el palacio municipal, antigua sede del Ayuntamiento, o la principal iglesia de la ciudad San Vicente Ferrer. “No hay ninguna instancia que se haga cargo de ellos y nosotros (el municipio) no tenemos dinero para invertir en él”, asegura el secretario municipal. En completo estado de abandono, las grietas recorren todas las paredes, los suelos están hundidos y muchos muros se han caído. Dentro de la iglesia, el sonido de las palomas retumba en una cúpula de la que después de cada pequeño temblor provoque la caída de cascotes y ladrillos.

Es domingo por la tarde y en una cafetería cercana al centro un sonido que se asemeja al de un tren en marcha alarma a los clientes. El mobiliario empieza a temblar. Aquí no hay alarmas y algunos salen a la calle. Poco después, todos están ya de vuelta en el interior, las miradas se entrecruzan, pero de alguna manera se disimula: simplemente se trata de olvidar. Tras el terremoto de hace un año, muchos juchitecos directamente se han marchado y otros han sufrido depresiones y trastornos psicológicos ligados a la tragedia. No obstante, y aunque la reconstrucción no ha hecho más que empezar, para otros muchos juchitecos hoy es como Año Nuevo: un día en que los que aún pueden celebran una nueva vida.

EL PAÍS.