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Donald Trump miró hoy al mundo de frente. En su primer discurso ante la Asamblea General de la ONU, el presidente de Estados Unidos quiso por un momento erigirse en líder planetario sin dejar de ser él mismo. Desde una tribuna tallada por el peso de la historia, abogó por una coalición de naciones soberanas que abandone el papel de mero “espectador” y actúe con contundencia ante las grandes amenazas. Ese magma maligno formado por Corea del Norte, Irán y el terrorismo islámico, y frente al que Trump no dudó en blandir el puño: la “destrucción total” para Pyongyang, y el posible fin del acuerdo nuclear para Irán.

No dejó nada al azar. Al igual que en su primer discurso en el Congreso de los Estados Unidos, Donald Trump buscó elevar el tono y adquirir la pátina de estadista. Para ello evitó por completo los espasmos tuiteros y limó su tono. Durante 41 minutos, ofreció un discurso milimetrado, en el que, como reconocieron a este periódico fuentes del Departamento de Estado, se percibió la influencia de la embajadora ante la ONU, Nikki Haley. Una de las estrellas ascendentes de la Administración y cuya determinación y claridad expositiva, amén de sus éxitos en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, han logrado eclipsar al propio secretario de Estado, Rex Tillerson.

El objetivo era convencer al planeta de que el presidente que retiró a EEUU del pacto contra el cambio climático, el apóstol del aislacionismo, el mismo político que despreció a la OTAN, la UE y la propia ONU podía reconciliarse con el mundo sin chocar consigo mismo. Con este fin, trató de persuadir a su auditorio de que su imperativo doctrinal, sintetizado en el lema nacionalista América primero, no implicaba que América quisiera estar sola. Por el contrario, en un gesto destinado a mostrar su viraje, retomó el guante lanzado el día anterior en su primera visita a la sede de Naciones Unidas y promovió la transformación del organismo internacional en un instrumento de acción. Una coalición mundial de naciones soberanas dispuesta a luchar contra las amenazas.

“Para mí, América estará siempre en primer lugar, como para cualquier dirigente responsable. Pero no queremos imponer nuestra forma de vida; no buscamos la expansión territorial, no pretendemos que todos los países compartan las mismas vocaciones. Queremos naciones soberanas que trabajen juntas desde el respeto mutuo. El éxito dependerá de la fortaleza de los miembros. El mundo será más seguro, si las naciones son poderosas y libres. Buscamos resultados, no ideología. Es realismo”, clamó el presidente.

Establecido su respeto por la soberanía ajena y su compromiso con la ONU, Trump trazó las líneas maestras de su estrategia en el tablero internacional. “Estamos ante un mundo de grandes promesas y grandes peligros. El terrorismo ha cobrado fuerza y se propaga por el planeta; los regímenes facciosos amenazan a otras naciones y a sus propios pueblos”, indicó.

Para frenar este peligro, el mandatario no sólo apeló a las alianzas globales, sino que recordó la disposición de su país a intervenir. “La vocación de América se mide en el campo de batalla; desde las playas de Europa y los desiertos de Oriente hasta las junglas de Asia”. Aupado a este espíritu bélico, Trump sacó el dedo acusador y señaló uno por uno los principales factores de desestabilización mundial. El primero y más grave: Corea del Norte.

Tras demonizar al régimen norcoreano y caricaturizar a su líder, el tiránico Kim Jong-un, describió su acelerado programa nuclear y balístico como “una amenaza para el mundo”. “No se puede aceptar que esta banda criminal se arme con misiles nucleares. Tenemos una gran paciencia pero si nos vemos obligados a defendernos o a defender a nuestros aliados, no tendremos otra opción que destruir totalmente a Corea del Norte. Ya es hora de que se dé cuenta de que la desnuclearización es su único futuro posible. El hombre cohete está en misión suicida consigo mismo”, remachó Trump.